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LITERATURA CON HUMOR

                    

LAS GAFAS

                                                                                             Juan Valera(español)

Como se acercaba el día de San Isidro, multitud de gente rústica había acudido a Madrid desde las pequeñas poblaciones y aldeas de ambas Castillas, y aun de provincias lejanas.

Llenos de curiosidad circulaban los forasteros por calles y plazas e invadían las tiendas y los almacenes para enterarse de todo, contemplarlo y admirarlo.

Uno de estos rústicos entró por acaso en la tienda de un óptico en el punto de hallarse allí una señora anciana que quería comprar unas gafas. Tenía muchas docenas extendidas sobre el mostrador; se las iba poniendo sucesivamente, miraba luego en un periódico, y decía:

- Con estas no leo.

Siete u ocho veces repitió la operación, hasta que al cabo, después de ponerse otras gafas, miró en el periódico, y dijo muy contenta.

- Con estas leo perfectamente.

Luego las pagó y se las llevó.

Al ver el rústico lo que había hecho la señora quiso imitarla, y empezó a ponerse gafas y a mirar en el mismo periódico; pero siempre decía:

- Con estas no leo.

Así se pasó más de media hora, el rústico ensayó tres o cuatro docenas de gafas, y como no lograba leer con ninguna, las desechaba todas, repitiendo siempre:

- No leo con estas.

El tendero entonces le dijo:

- ¿Pero usted sabe leer?

- Pues si yo supiera leer, ¿para qué había de mercar las gafas?

 

 

MULATA

 

Ya yo me enteré, mulata,

mulata, ya sé que dise

que yo tengo la narise

como nudo de cobbata.

 

Y fíjate bien que tú

no ere tan adelantá,

poqque tu boca E bien grande,

y tu pasa, colorá.

 

Tanto tren con tu cueppo,

tanto tren;

tanto tren con tu boca,

tanto tren;

tanto tren con tu sojo,

tanto tren.

 

Si tú supiera, mulata,

la veddá:

que yo con mi negra tengo,

y no te quiero pa ná!

 

                                                               (Nicolás Guillén)

 

Era muy inteligente y bella según los cuentos de mi tío Ramón Enrique y un retrato que cuelga en la sala.

Un día, en medio de una de las  tantas guerras y revoluciones que hubo en el país en los últimos años del siglo XIX, unos soldados pasaron por la casa de la familia y, como los hombres no quisieron incorporarse a su ejército, decidieron matarlos.

Antes de hacerlo, los soldados les dijeron a las mujeres de la casa que podían irse con lo que llevaran encima, que con ellas no se meterían.

Por idea de la tatarabuela Felicia cada mujer salió cargando a su marido, a su hermano, a su padre o a su hijo y entonces los soldados se quitaron las gorras, se rascaron las cabezas y se fueron para siempre con las caras rojas y los corazones chiquiticos.

                                                                                                                                 "Escritos disconformes,"                                                                                                                     A. José Sequera en Francisca Noguerol Jiménez. 

                                                                                                                                   Salamanca, 2004.

 

 

 

En escena, León el Grande, rey de los animales; el Lobito, la Zorra, el Cocodrilo y el Verdugo.

 

LEÓN: - ¿Quién de las clases altas no ha confesado todavía? ¿Tú, Cocodrilo?

COCODRILO: - Drilo, señor. “Coco” por la parte del padre y “Drilo” por la parte de la madre:¡Coco-Drilo!

LOBITO: (Aparte a la Zorra) – A este lo va a defender su papá, ¡que lo que es yo…!

ZORRA: - Está perdido entonces.

LOBITO: - ¡Que se muera!

LEÓN (A todos) – Atentos que va a hablar…

TODOS: - ¡”Coco” por la parte del padre y “Drilo” por la parte de la madre!

LEÓN: - ¡Coco-Drilo!

COCODRILO: (Enérgico) - ¡Manda disolver esta asamblea!

LEÓN: - ¿Por qué? ¿Qué pasa?

COCODRILO: -¡Ha aparecido el culpable!

LEÓN: (Levantándose furioso) ¿Y dónde está ese hijo de perra?

COCODRILO: - ¡De perra no, señor! ¿O acaso no conoces a mi madre?

LEÓN: - ¿Tú? ¿Tú eres…?

COCODRILO: - ¡No hay ser más vil, más repugnante, más sucio, roído y carcomido por la propia conciencia que yo!

LEÓN: - ¡Me dejas estupefacto, Coco!

COCODRILO: -Disuelve, disuelve la asamblea! (Al Verdugo). Y tú, Verdugo, sácale al hacha el filo de los domingos y hazla caer sobre mí de tal modo que la parte de “coco” se vaya con mi padre y la de “Drilo” con la madre que me parió. (Poniendo su cabeza sobre el tronco del sacrificio). ¡De un tajo, Verdugo!

(Verdugo alza el hacha dispuesto a descargarla sobre el Cocodrilo. León, con un ademán, le contiene y exclama dirigiéndose al Cocodrilo.)

LEÓN: - ¿Qué jugarreta es esta? ¿Qué pretendes?

COCODRILO: - ¡Salvar a mi pueblo!

LOBITO: - Está loco.

ZORRA: Enajenación mental.

COCODRILO: (Furioso, al lobito y la zorra) - ¡Repitan eso si se atreven!

LEÓN: -¡Atrás, Coco! ¡Una amenaza más a cualquier miembro de esta asamblea y te reparto hecho carteras y zapatos!

COCODRILO: - Gran León, solo aguantaría un insulto de ti, de nadie más. Y menos de estos aduladores, lameculetes…

LEÓN: - ¡Estás ofendiendo a los más sagaces y astutos de nuestros conciudadanos!

COCODRILO:- Dirás falsos, chanchulleros…

LEÓN: (Imperativo) - ¡Digo lo que digo, Coco! ¡Y una palabra más y te parto el Drilo!

COCODRILO: (Dignísimo) - ¡El Drilo, no! ¡Párteme el Coco y lo dicho, disuelve la asamblea!

LEÓN: (A todos) – A ver, los que no tengan carteras, que alcen la pata.

VERDUGO: - ¡De un tajo y a la sociedad de consumo con él! ¡Dale!

COCODRILO: - Señor, en esa suprema lucidez de los instantes que preceden al “se finí” me he dicho: Oye, Coco, ¿y si hay alguien más culpable que tú? ¿No será inútil tu sacrificio? ¿No se irritará más el cielo por ocupar tú el puesto del verdadero culpable?

LEÓN: -¡Sabia y señorial reflexión! ¡Mucho, Coco!

 

(Al final, gracias a sus habilidades retóricas, el cocodrilo se libra del sacrificio y es el más inocente, el burro, el que acaba sufriendo el castigo.)

 

               Asamblea General, Lauro Olmo, Acto Único

 

 

Siempre que intentes hacer cambiar a otra persona,dijo el Maestro, pregúntate lo siguiente:

        ¿Quién va a beneficiarse de este cambio:

        mi orgullo, mi placer o mi interés?

        Y contó la siguiente historia:

        Un hombre estaba a punto de arrojarse por un puente

        cuando, de pronto, un policía corrió hacia él y le dijo:

        «¡No, por favor, no lo haga!

        ¿Por qué va a arrojarse al agua un hombre joven como usted,               

que ni siquiera ha vivido ... ?»

        «¡Porque estoy harto de la vida !»

        «Escúcheme, por favor: si usted se arroja al agua,

        yo tendré que saltar para salvarlo, ¿no es así?

        Ahora bien, el agua está helada,

        y yo acabo de pasar una neumonía.

        ¿Sabe usted lo que eso significa?

        Sencillamente, que moriré.

        Tengo mujer y cuatro hijos...

        ¿Podría usted vivir con semejante peso en su conciencia?

        Claro que no. Así que escúcheme: sea bueno,

        arrepiéntase, y Dios le perdonará.

        Vuelva a su casa y, en la intimidad de su hogar...,

        ¡ahórquese, si lo desea!».

 

                                                         (Anthony de Mello)

 

“Una vez andando

Por un parque inglés

Con un angelorum

Sin querer me hallé.

 

Buenos días, dijo,

Yo le contesté,

Él en castellano,

Pero yo en francés.”

 

Nicanor Parra, Sinfonía de cuna (Fragmento)

 

EL RESFRIADO 


Montada en la trasera de su mulo, 

a una pobre aldehuela 

llevaba un arriero a una mozuela, 

la cual, con disimulo, 

o por flato o por malos alimentos, 

solía soltar envenenados vientos. 

Iba estando el arriero sofocado 

del mal olor, y díjola enfadado: 

"Mira que cuando des en aflojarte 

de esa suerte, no tienes que quejarte 

si me aburro y te apeo 

y encima de ti un rato me recreo, 

porque el flato se cura en ocasiones 

con ciertas lavativas a empujones." 

La mozuela calló atemorizada; 

pero, como la pobre iba cargada, 

por más que se encogía, 

el aire a su pesar se le salía, 

y así, al primer rumor extraordinario 

que escuchó el arriero temerario, 

la bajó diligente, 

la tendió prontamente 

y, para dar remedio a su fatiga, 

la estrujó cuerpo a cuerpo la barriga, 

quedando él más ligero 

y ella mucho mejor del flato fiero. 

Concluyóse, siguieron caminando, 

y la moza también de cuando en cuando 

siguió echando gerundios garrafales, 

los que nuestro arriero, por sus males, 

apenas escuchaba, 

cuando otra vez de nuevo la estrujaba. 

Tanto usó del remedio, 

que al hombre al fin le vino a causar tedio, 

y, aunque con más estruendo ella expelía 

el viento, el arriero ya no oía; 

y la muchacha, al ver que su costumbre 

no daba entonces lumbre, 

le dijo: "¡Ay, Dios! ¡Tío Juan, que me he aflojado, 

¿No oye usté qué rumor se me ha escapado? 

Detengamos el mulo 

y póngame en el suelo" 

A lo que él respondió volviendo el culo: 

"Estoy ya resfriado y no te huelo."

Félix María de Samaniego en Jardín de Venus

 

LA HONRA DE UN CRIADO

La famosa Helen Gwynn, al salir  cierto día de una casa donde había realizado una breve visita, y al disponerse a subir a su coche, vio congregado en torno al vehículo un grupo de gente, y a su lacayo todo ensangrentado y sucio. Al preguntarle Helen a qué se debía el estado en que se encontraba, el criado repuso: 

    --He estado luchando, señora, con un villano deslenguado que ha dicho que la señora era una ramera. 

    --¡Qué estúpido eres! --respondió Mrs. Gwynn--. Por ese motivo tendrás que pelearte todos los días de tu vida, pues todo el mundo sabe que lo soy. 

    --¿Que lo saben? --murmuró el hombre entre dientes, luego de haber cerrado la puerta del coche--. Muy bien, pero a pesar de ello yo no permitiré que nadie me llame el criado de una ramera.

Henry Fielding, Tom Jones, Libro 11, capítulo VIII

 

EL OJO DEL CULO

                   

En los ojos de la cara suele haber por mil leves accidentes, telillas, cataratas, nubes y otros muchos males; mas en el del culo nunca hubo nubes, que siempre está raso y sereno; que, cuando mucho, suele atronar, y eso es cosa de risa y pasatiempo. Pues decir que no es miembro que da gusto a las gentes, pregúnteselo a uno que con gana desbucha, que él dirá lo que el común proverbio, que, para encarecer que quería a uno sobremanera, dijo: “Más te quiero que a una buena gana de cagar.” Y el otro portugués, que adelantó más esta materia, dijo: “Que no había en el mundo gusto como el cagar si tuviera besos.” Pues ¿qué diremos si probamos este punto con un texto del filósofo que dijo:

¿No hay contento en esta vida 
que se pueda comparar 
al contento que es cagar?

     Otro dijo lo descansado que quedaba el cuerpo después de haber cagado.

No hay gusto más descansado 
que después de haber cagado.

     Los nombres que tiene juzgarán que no tiene misterio. ¡Bueno es eso! Dícese trasero, porque lleva como sirvientes a todos los miembros del cuerpo delante de sí, y tiene sobre ellos particular señorío. Culo, voz tan bien compuesta, que lleva tras sí la boca del que le nombra. Y ha habido quien le ha puesto nombre gravísimo y latino, llamándole antífonas o nalgas, por ser dos; otros, más propiamente, le llaman asentaderas; algunos, trancailo, y no he podido ajustar por muchos libros que he revuelto para sacar la etimología; lo más que he hallado es que se ha de decir tancahigo, por lo arrugado y pasado que siempre está.

     Con más facilidad topé por qué se decía al lindo, ojo del culo ‘manojo de llaves”: por lo redondo del cabo y muchas molduras que hacen aquel mismo repulgo, y viene bien con los que llaman cofre al culo, que es darle cerradura; y en los animales vemos que la Naturaleza les cubre el culo con la cola o rabo, para que, como parte más necesaria y secreta, estuviera acompañado, tapado y abrigado, y con mosqueador para de verano, y en las aves lo mismo. Si miramos su ocupación, es hacer lo que ninguno nunca hizo ni pudo: pues en este mundo todos hemos menester a otros para ser proveidos: el alguacil al corregidor, el corregidor al oidor, el oidor al presidente, el presidente al rey. Pero el culo se provee a sí mismo y aun en el presidente, servidor por otro nombre (que así llaman al bacín), cosa equívoca a los derretidos de las damas.

     —El culo no tiene cosa común, ni aunque me pruebes que hace cámaras, a imitación de otros muchos, pues lo que él hace son mojones, que son fin de términos, para dar a entender que en llegando al culo no has de pasar adelante.

     Háceme fuerza que en las almonedas dicen: “¡Hay quien puje?”; que ni sé si convidan a cagar (propiamente entonces, pujar) o si a comprar; con que es cierto que tiene grandes preeminencias, cuando se valen de sus voces para otras cosas. Hasta los excrementos o mierda (pasa adelante, porque no te empalagues con tan dulce plato)...

     Lo del pedo es verdad que no lo sueltan los ojos: pero se ha de advertir que el pedo antes hace al trasero digno de laudatoria que indigno de ella. Y, para prueba de esta verdad, digo que de suyo es cosa alegre, pues donde quiera que se suelta anda la risa y la chacota, y se hunde la casa, poniendo los inocentes sus manos en figura de arrancarse las narices, y mirándose unos a otros, como matachines. Es tan importante su expulsión para la salud, que en soltarle está el tenerla. Y así, mandan los doctores que no les detengan, y por esto Claudio César, emperador romano, promulgó un edicto mandando a todos, [so] pena de la vida, que (aunque estuviesen comiendo con él) no detuviesen el pedo, conociendo lo importante que era para la salud. Otros dijeron que lo había hecho por particular respeto que se debe al señor ojo del culo.

     Pues decir que no es bullicioso un pedo, ¡bueno es eso! ¿Hay cosa de más gusto que ver en un concurso grande, si suelta uno, el rumor que mete y que agudos acuden todos a taparse las narices, como está dicho, y otros que más huelen, haciendo la disimulada toman tabaco?

     Y es probable que llega a tanto el valor de un pedo, que es prueba de amor; pues hasta que dos se han peído en la cama, no tengo por acertado el amancebamiento; también declara amistad, pues los señores no cagan ni se peen, sino delante de los de casa y amigos. Y un portugués preguntando cuál era la parte principal del cuerpo dijo que el culo, que se asentaba primero que nadie y aunque fuese delante del rey.

     Los nombres del pedo son varios: cuál le llama “soltó un preso” haciendo al culo alcaide; otros dicen: “fuésele una pluma”, como si el culo estuviera pelando perdices; otros dicen: “tómate ese tostón”, como si el culo fuera garbanzal. Otros dicen algo crítico: “cuesco”, derivado de la enigma; y otros han dicho: “Entre peña y peña el alba, río que suena.” De aquí se levantó aquel refrán que dice: “Entre dos peñas feroces, un fraile daba voces.” Y finalmente, dijo el otro: “El señor don Argamasilla cuando sale chilla.” 

 

Francisco de Quevedo,  Gracias y desgracias del ojo del culo

 

EL HOMBRE QUE APRENDIÓ A LADRAR

 

Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desaliento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creeen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón más verdadera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación. ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aun) él compendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta, y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.

Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano".

                                                                                                                                                 Mario Benedetti

 

"Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del congreso internacional de lingüística y afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y sus papeles y se dirigió a la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionalistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática. De pronto, las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica: ¡Qué sintagma, qué polisemia, qué significante, qué diacronía, qué ceterorum, qué zungespitze, qué morfema! La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Solo se la vio sonreír, halagada y, tal vez, vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrierle la puerta, murmuró casi en su oído: ¡Cosita linda!"

                                                                                                                                                  Mario Benedetti, Lingüistas