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CONTENTO SEÑOR CONTENTO

"Contento, señor, contento"                ,              "Dar hasta que duela"

son dos frases que todos los chilenos saben con quién identificar: las dijo el Padre Alberto Hurtado, el sacerdote jesuíta que durante sus 52 años de vida se dedicó a abrir los ojos y el corazón de los chilenos a las necesidades de los más pobres.

Desde el día de su muerte, hace 53 años, su mensaje y su ejemplo han calado profundamente en las nuevas generaciones de chilenos. Además de las obras más visibles -el Hogar de Cristo, y la revista "Mensaje"- cientos de iniciativas para ayudar a los más desamparados, centros de reflexión, el Santuario, seminarios y la reedición de sus obras, han ayudado a difundir su mensaje de amor y solidaridad hacia los más pobres.

Cuando el Padre Hurtado murió, fueron muchos los que sintieron que habían conocido un hombre santo. Y lo dijo sin dudar su mejor amigo, el obispo Manuel Larraín, durante la homilía de su funeral: la vida de Alberto Hurtado, expresó, había sido "una visita de Dios a nuestra patria".

 

Alberto Hurtado Cruchaga nació en Chile, en la ciudad de Viña del Mar, el 22 de Enero de 1901, en el seno de una familia muy cristiana. Cuando sólo tenía 4 años murió su padre, quedando su madre, Anita, a cargo de su cuidado y del de su hermano Miguel, pero sin dinero.

Viviendo en casas de tíos, en 1909 entró becado al Colegio San Ignacio, donde se distinguió por ser buen compañero, alegre, comunicativo y muy generoso. Ocupaba su tiempo libre en visitar y ayudar a los más necesitados.

Al terminar el colegio ya sabía que quería ser sacerdote, pero entró a estudiar Leyes a la Universidad Católica, pensando en cómo mantener a su madre. Mientras estudiaba en la mañana, trabajaba en la tarde y continuaba viviendo en casas de sus tíos.

A punto de recibirse de abogado, pidió a Dios una solución para sus problemas económicos, para poder ingresar al Seminario. Dios se la dió: su madre recibió un dinero que le adeudaban y con el cual podría vivir tranquila el resto de su vida.